
Un día antes el cielo nos había regalado una enorme nevada. Era la mañana de nuestra partida. Para despedirnos, el cielo nos hizo un segundo obsequio: esas nubes, ese azul. El disfrute de cruzar los Pirineos increíblemente blancos nos borró la pena del final de la escapada.
St. Lary (Francia), enero de 2008