martes, 17 de abril de 2012

París





A pesar de mis canas, solo he estado una vez en París. Y fue hace poco, a final de 2010. Llegué allí con más material fotográfico que ropa en la maleta, varios jerséis puestos y prescindiendo de todo lo superfluo por culpa de las duras leyes de Ryanair sobre el equipaje en cabina. Esperaba encontrarme con la que probablemente sea la ciudad más fotografiada. Con el París de Cartier-Bresson, de Doisneau, de Kertész y tantos otros maestros admirados. Me relamía de antemano pensando en las muchísimas oportunidades fotográficas que iba a tener, en la de buenas fotos que podía traerme de regreso en la tarjeta de memoria.

Y cuanto más altas son las expectativas, más dura es la caída.

Para empezar está el obvio pero inevitable punto de partida de que yo no soy Cartier-Bresson. París es mucho París, pero no se conseguirá de él nada más que una bonita postal, en el mejor de los casos, si no se tiene talento. Pero parece ser que esto tan evidente yo no lo tenía lo bastante interiorizado, como tampoco soy consciente a veces, a pesar conocer racionalmente el dato, de que ese bombón de veintitantos años que tengo enfrente podría ser mi hija.

Pero el asunto es aún más grave. Vale, ya sabemos que no soy un maestro de la fotografía. Pero, además, el París de hoy no tiene nada que ver con ese de principios del siglo XX que retrataron los grandes. Porque a ellos les importaba mucho más la población, el gesto, el instante, la composición, el dinamismo que la estática de los edificios. Y las personas y las condiciones en que viven han cambiado mucho, afortunadamente, desde aquellos años de entreguerras. Seguro que, además de por el "momento decisivo", esas fotos que tenemos en la memoria nos seducen por su lado humano, porque reflejan unos lugares y unas gentes singulares que hoy resultan casi imposibles de encontrar, al menos en el París de los turistas que yo transité.

Y como todo es susceptible de empeorar, hay que sumar a lo ya dicho un tópico que se hizo realidad: en invierno, en París hace un tiempo de perros. Llovió, hizo un frío polar, al sol no se le vió en todo el tiempo, la bruma envolvía permanentemente la aguja de la torre Eiffel... luz gris y lechosa, cielos lavados. De noche cerrada a las cinco de la tarde. Las peores condiciones para hacer fotos. Hasta se me iban las ganas de salir del hotel.

¿Os parece poco?. Pues hay más, aunque sea una cuestión de gustos personales. Me topé en París con su grandiosa arquitectura: los enormes edificios neoclásicos, de líneas rectas rematadas con volutas y dorados; las enormes avenidas; los jardines inabarcables. El lujo. La arquitectura de la grandeur. Dicen que el tamaño importa, pero a mí tanto edificio enorme no me parecía sino la sublimación del deseo de un amante impotente. Vamos, que me deja indiferente, cuando no me echa para atrás, todo ese dorado con volutas. Seré un insensible, pero la que dicen que es la ciudad más hermosa del mundo me parece, arquitectónicamente hablando, pretenciosa y hortera. La estética del poder, de la demostración de fuerza y dinero. La arquitectura faraónica que deja bien claro quién manda y el respeto que se le ha de tener.

Y si a la falta de talento, al frío y lluvia, a la arquitectura apabullante le sumamos las manadas de turistas que invadían (invadíamos, claro) toda la ciudad, sin dejar un resquicio libre de la marabunta, comprenderéis que la decepción acabó arruinando mis anhelos fotográficos.

Así que las fotos que saqué de París son, en el mejor caso, discretas. No sé si volveré a intentarlo pero, de momento, la idea que tenía de esa ciudad ha acabado echa añicos.

París, Ècole Militaire, 30/12/2010
Nikon D90, Tamron 17-50/2.8, 24mm, 1/60 seg. , f/9

4 comentarios:

MªTeresa Gómez Puertas dijo...

Pues solo por esta foto mereció la pena.... a veces, ocurre que cuanto menos expectativas pones en un viaje mejor te salen las fotos, así que no seas tan duro contigo mismo y solo disfruta de lo que ves y fotografiarlo todo aunque solo traigas postales de vuelta (al fin y al cabo son tus postales y eso vale mucho).

Juan dijo...

Lo se, Mª Teresa. Pero a veces me arrastran los sentimientos negativos, no sé dejarlos pasar y me pierdo el lado bueno de las cosas. Que uno no es perfecto, vamos.

Besos.

Luis Calle dijo...

No, si para lo que tu pretendías no tenías que haber ido en el 2010, sino unos cuantos años antes y esperar a que Cartier-Breson saliera de casa y seguirle los pasos.... y para eso no necesitas una cámara o máquina de fotos, si no también la máquina de tiempo
Pdero bueno, como dice Tere, solo por la foto ya mereció la pena el viaje.
Un abrazo.

Luis Calle dijo...

No, si para lo que tu pretendías no tenías que haber ido en el 2010, sino unos cuantos años antes y esperar a que Cartier-Breson saliera de casa y seguirle los pasos.... y para eso no necesitas una cámara o máquina de fotos, si no también la máquina de tiempo
Pdero bueno, como dice Tere, solo por la foto ya mereció la pena el viaje.
Un abrazo.

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